Rochefort a La Rochelle







Hoy ha amanecido un día fantástico, calor, sol pero ni una gota de viento. Estamos en el puerto de Rochefort esperando la apertura de la esclusa, prevista para las 15 horas. Cada uno de los integrantes de la tripulación realiza los trabajos que tenemos repartidos. Edu hacer su cuarto y llenar el deposito de agua, Carol recoger su cuarto y fregar platos, Ori orden del salón y secar la vajilla, Mama hacer la comida y muchas cosas más y Papa enchufar la luz al Puerto.
Después de desayunar, por supuesto croisants, cada uno a lo suyo, Edu , Carol y Pancho a jugar y dar paseos por el puerto con “la perla negra”, el auxiliar del “Carolina”. Me encanta ver a Edu leyendo apasionado en su camarote su libro de piratas “en francés”, y a Carol manejando la perla negra de un lado a otro del puerto con Pancho de tripulante.
Ori pasa la mañana leyendo “la sombra del viento” mientras se achicharra al sol, Mama igual pero con Martíni, cigarrito y al son de Malu. Mientras tanto Papa a investigar trucos de los veteranos en los barcos que nos rodean y a charlar con los muchos franceses e ingleses que se pasan varios meses navegando de puerto en puerto y de mar en mar.

Finalmente se abre la esclusa e iniciamos la salida hacia mar abierto a lo largo de las casi 12 millas de ría ayudados por la marea y por un racheado viento de entre 10 a 14 nudos.

Una vez en mar abierto, el viento subió hasta los 20 nudos, y comenzamos una épica ceñida hacia La Rochelle, pasando por las islas de Aix y Oleron y el histórico Fort Boyard.

La navegación muy bonita pero dura, tanto por las seis horas que duro, como por la fuerza y dirección del viento. Pero todos estábamos encantados y disfrutando, sintiéndonos ya veteranos del mar y de esta aguas. Para colmo, la luz a la entrada del puerto era preciosa e hicimos unas bonitas fotos que nos ayudaran a recoradar aun más si cabe estos inolvidables días. Y llego la temida hora del atraque con viento duro. Pero ya no hay problemas, la tripulación esta perfectamente entrenada y a pesar de las condiciones, hicimos un amarre de libro. No como la salida de hace dos días, que por culpa de una boda que pasaba por delante nuestro (una procesión de barcos, con los novios ataviados como tales, encabezando la procesión de pies en la proa del primero de ellos). Bueno pues lo dicho, tan singular evento provoco la distracción de las chicas hasta tal punto que a pesar de mis gritos el Carolina acabo empotrado entre dos barcos franceses. Nada importante, salvo mi orgullo herido, y la bronca merecida que le cayó a la tripulación.

Resumiendo, una preciosa jornada, dura, pero excepcionalmente bien llevada por todos, salvo por Panchito, que ya sabe lo que es el “mal de mar”.