La trinite sur mer












Amanece un nuevo día con nubes en Bretaña. Tras un rápido desayuno, iniciamos la ruta de salida del Golfo de Morbihan. Tenemos que aprovechar la marea bajando y salir antes de que cambie. Clemond disfrutó tanto la velada en “el Carolina” que decide acompañarnos. La navegación es tranquila, con la perpetua brisa que siempre nos acompaña de unos 12 nudos, y las emocionantes corrientes que te catapultan hacia la boca del golfo entre remolinos y zonas de calma.
En el viaje nuavemente nos deleitamos con el paisaje y sobre todo con la increíble vida marinera que se respira. Cientos de embarcaciones nos rodean. Las hay grandes y pequeñas, nuevas y clásicas, de madera y perfectamente conservadas. Todas navegando a vela salvo alguna rápida zodiac, que hace las funciones de camión de reparto de suministros entre las islas.
Disfruto viendo la cantidad de gente mayor que navega. Matrimonios a toda vela en sus barcos viejos y con solera. Los imagino en el duro invierno, cuidando y mimando su casco y cubierta como a un niño y hasta el último detalle. Ellos saludan encantados al barco español que tanto les llama la atención y que les recuerda seguro algunas vacaciones en España de paella y sangría.
Vemos familias completas vestidas con sus trajes de marineros bretones, de colores rosas, burdeos, azules y amarillos. Viendo esta pasión orgullosa por el mar no puedo evitar compararlo con nuestra Santander, repleta de los últimos modelitos de “slam” y horteras barcos de puntal. Esta claro que la pasión que esta gente muestra hacia el mar emociona y contagia. Me deleito con este paisaje y por un momento pienso que ya se lo que quiero hacer el resto de mi vida… navegar como un Bretón.

Finalmente llegamos a las 11 a Le Crouesty. En el puerto, tras una ducha y llenar depósitos de agua y gasoil, la tripulación del Carolina se divide. Por un lado, Mama, Ori y Edu, irán en con el coche hasta La Trinite, bordeando el Golfo de Morbihan. Mientras tanto Carol y yo junto a Stefania y Marina, iremos navegando.

La travesía fue muy agradable, salvo un pequeño percance con un mosquetón del puño de amura del génova, que cambiamos rápidamente sobre la marcha. En el camino, Carol nos preparó una riquísima tortilla de patatas de bolsa que entusiasmó a las invitadas. Ya con sol y calor, enfilamos la entrada al puerto de La Trinite, esquivando el tremendo tráfico de barcos que nos encontramos en la estrecha entrada al puerto. Allí nos deleitamos con los enormes catamaranes y trimaranes, algunos de ellos famosos por sus redords de velocidad y travesías atlánticas.
El puerto, impecable, pantalanes nuevos para los más de cien visitantes que allí nos encontrábamos. Pero, increíble, por fin un fallo, no hay enchufes ni tomas de agua para tanto barco. No pasa nada, sacamos a relucir la improvisación española, y en un perfecto ejercicio de ñapas, montamos una excelente red de empalmes. Para parchear algo no hay como una chapucilla a la española.
Después todos a tomar el sol, que a las cuatro de la tarde pegaba de lo lindo. Todos a las hamacas y tumbonas, que este regalo, no sabemos lo que puede durar.