Palais.







Lo primero y antes de que se me olvide, entrar en esta web donde vereis fotos de una exposion que vimos con imagens de Bretaña y de Bell ille: http://www.belle-ile-photos.com/

Por fín amanece un día espectacular en Sauzón. Alli disfrutamos de un matutino paseo por la ria, pescando cangrejilllos entre los barcos fondeados sobre el barro. Así pasamos la mañana, mientras esperabamos a los Varona que venian en Ferry desde Quiberón. Una vez nos reunimos con ellos, disfrutamos de una tranquila navegación con viento a favor, de por supuesto unos 15 nudos, hasta Palais, la capital de Bell Ille. Alli tuvimos que esperar hasta las cinco y media a la apertura
de la esclusa. Una vez abarloados en el puerto, disfrutamos de las bonitas callejuelas y tiendas del pueblo. En una de ellas, ya no resistí más y me compré mi chaqueta de marinero Bretón enfrentandome a las duras criticas de las chicas... "que si pareces que vas de comunión", "donde vas asi, yo no te conozco", "te falta el gorrito", etc
A última hora de la tarde, acompañamos a los Varona hasta el Ferry, donde les despedimos hasta el día siguiente, ya que regresaban a Quiberon a por la p... autocaravana.
Nosotros nos quedamos a cenar en una terraza en el mismo puerto y a disfrutar de la excelente noche. Más tarde regresamos al barco y tomar una copa de tinto de verano. Desde el barco, disfrutamos de la animación del puerto y de los barcos que nos rodeaban. Luego, a preparar la larga travesia del día siguiente o a pescar. La noche era excelente, aunque como siempre refrescaba un poco a esa hora de la noche, pero se estaba fenomenal, sobre todo los que teniamos una preciosa chaqueta de marinero bretón.












Sauzon.










Amanece un día realmente feo. Muy cerrado y nubes negras en el horizonte. Parece que va a llover, incluso oímos lejanos truenos. Pero hay que partir, para cruzar el paso de Tegnouse con la marea bajando. Es el punto más delicado de nuestro viaje y encima con el peor día desde que llegamos en todos los aspectos. A escasas millas de nuestra partida, ya empiezan a caer las primeras gotas. El mar está también diferente. El color azul del agua y el perfecto viento del Norte, ha dejado paso a un agua negra y a un racheado viento del Este, que ha generado olas de más de dos metros. Lo más sorprendente, como siempre, los literalmente cientos de barcos navegando que vemos. Carolina hace en esta travesía de patrona, y además de disfrutar navegando se gana la pulsera azul. No disfrutaron igual las demás chicas especialmente cuando los truenos y relámpagos nos rodeaban mientras virábamos al Oeste en el paso de la Tegnouse. Finalmente llegamos al puerto de Sauzón en Belle-Ille, donde amarramos abarloados a una bolla. Allí amarrados comimos mientras fuera no paraba de llover, y pasamos la tarde más incomodas y desagradable que recuerdo en el barco. Gracias a Dios, a eso de las 6 empezó a salir el sol y pudimos bajarnos con el chinchorro al pequeño pueblo. Poco a poco el tiempo mejoraba, empeorar era imposible y pudimos disfrutar de un agradable paseo por las calles de Sauzón. El pueblo no cuenta con puerto, es tan solo un espigón sobre una ría, la cual se queda sin agua en la marea baja. Allí los barcos sin orza o “derives” se posan tranquilamente sobre la arena en una curiosa estampa, y permanecen amarrados a grandes boyas en las que se concentran hasta 6 barcos abarloados. Nosotros permanecemos de esta peculiar forma fondeados, medianamente protegidos por el muro del puerto de las olas que genera el incesante viento. Pasamos una incomoda noche que a pesar de sin duda ser muy bonito, no me hace tener el mejor recuerdo de Sauzón.

Port Haliguen.











Amanece un precioso día en el puerto de la Trinite. El sol brilla desde primera hora y va disipando una mística bruma que brotaba llena de magia desde el agua y nos mostraba una inolvidable imagen del puerto. Tras el obligado paseo hasta la bulangerie, paso por el restaurante donde la noche anterior cenamos las mejores crepes que nunca habíamos probado. Ahora el puerto mostraba su rostro más tranquilo tras el bullicio del día anterior. Los turistas han sido sustituidos por parroquianos que desde primera hora compran pescado y marisco en el mercado situada a la misma entrada de los pantalanes. Allí también se encuentra el mercadillo de flores, frutas y verduras.

Tras el desayuno, de compras por la zona. Edu y yo marchamos a la tienda local de US ship, a comprar mosquetones para sustituir el roto el día anterior. Aprovechamos los buenos precios de material náutico que hay siempre en esta zona y nos llevamos más de lo que necesitamos. Nos vamos sorprendidos de la cantidad de gente en la tienda. Más que una tienda náutica, parecía un supermercado a primeros de mes.
A media mañana nuevamente nos dividimos. Ahora es el turno de los chicos. Partimos de la Trinite, Edu, Clemond, Pancho y yo. El día es perfecto, soleado, calor, y un viento como siempre, de unos 10 a 14 nudos que nos lleva de un delicioso través directo a PH.
Tras poco más de 2 horas, las cuales nos han sabido a muy poco, llegamos a puerto.
Una vez allí, tenemos la suerte de que nos instalan en dos excelentes plazas contiguas. El pueblo no es bonito, lo único destacable las excelentes instalaciones del puerto. Al otro lado de la península de Quiberon, en las largas playas de lo que llaman aquí la parte salvaje, docenas de kites.

Más tarde llegan las chicas, y animados por el sol y la excelente temperatura nos disponemos a preparar unas paellas y de paso dar una buena bienvenida a la familia Varona.

Y así terminamos el día, entre paellas de pantalán y tinto de verano…

La trinite sur mer












Amanece un nuevo día con nubes en Bretaña. Tras un rápido desayuno, iniciamos la ruta de salida del Golfo de Morbihan. Tenemos que aprovechar la marea bajando y salir antes de que cambie. Clemond disfrutó tanto la velada en “el Carolina” que decide acompañarnos. La navegación es tranquila, con la perpetua brisa que siempre nos acompaña de unos 12 nudos, y las emocionantes corrientes que te catapultan hacia la boca del golfo entre remolinos y zonas de calma.
En el viaje nuavemente nos deleitamos con el paisaje y sobre todo con la increíble vida marinera que se respira. Cientos de embarcaciones nos rodean. Las hay grandes y pequeñas, nuevas y clásicas, de madera y perfectamente conservadas. Todas navegando a vela salvo alguna rápida zodiac, que hace las funciones de camión de reparto de suministros entre las islas.
Disfruto viendo la cantidad de gente mayor que navega. Matrimonios a toda vela en sus barcos viejos y con solera. Los imagino en el duro invierno, cuidando y mimando su casco y cubierta como a un niño y hasta el último detalle. Ellos saludan encantados al barco español que tanto les llama la atención y que les recuerda seguro algunas vacaciones en España de paella y sangría.
Vemos familias completas vestidas con sus trajes de marineros bretones, de colores rosas, burdeos, azules y amarillos. Viendo esta pasión orgullosa por el mar no puedo evitar compararlo con nuestra Santander, repleta de los últimos modelitos de “slam” y horteras barcos de puntal. Esta claro que la pasión que esta gente muestra hacia el mar emociona y contagia. Me deleito con este paisaje y por un momento pienso que ya se lo que quiero hacer el resto de mi vida… navegar como un Bretón.

Finalmente llegamos a las 11 a Le Crouesty. En el puerto, tras una ducha y llenar depósitos de agua y gasoil, la tripulación del Carolina se divide. Por un lado, Mama, Ori y Edu, irán en con el coche hasta La Trinite, bordeando el Golfo de Morbihan. Mientras tanto Carol y yo junto a Stefania y Marina, iremos navegando.

La travesía fue muy agradable, salvo un pequeño percance con un mosquetón del puño de amura del génova, que cambiamos rápidamente sobre la marcha. En el camino, Carol nos preparó una riquísima tortilla de patatas de bolsa que entusiasmó a las invitadas. Ya con sol y calor, enfilamos la entrada al puerto de La Trinite, esquivando el tremendo tráfico de barcos que nos encontramos en la estrecha entrada al puerto. Allí nos deleitamos con los enormes catamaranes y trimaranes, algunos de ellos famosos por sus redords de velocidad y travesías atlánticas.
El puerto, impecable, pantalanes nuevos para los más de cien visitantes que allí nos encontrábamos. Pero, increíble, por fin un fallo, no hay enchufes ni tomas de agua para tanto barco. No pasa nada, sacamos a relucir la improvisación española, y en un perfecto ejercicio de ñapas, montamos una excelente red de empalmes. Para parchear algo no hay como una chapucilla a la española.
Después todos a tomar el sol, que a las cuatro de la tarde pegaba de lo lindo. Todos a las hamacas y tumbonas, que este regalo, no sabemos lo que puede durar.

Íle aix moines.



















El día 3 de agosto a media mañana, una vez aperturada la puerta del puerto, nos dirigimos a la isla más grande del golfo de Morbihan. El tiempo, seguia feo, nublado y triste, pero al menos la temperatura continuaba subiendo, ya superabamos los 22 grados, por lo que la navegación, aunque faltase el esquivo sol, se hizo muy agradable. En apenas hora y poco de navegación llegamos al puerto de la isla de aix Moines, situado sobre el brazo izquierdo de la cruz que forma la costa de la isla. Se trataba de un gran pantalán flotante, rodeado de boyas. El acceso es comodo, solo se debe tener cuidado de no acercarse a la costa, donde una piedras que aunque están razonablemente bien señaladas, te pueden dar un susto. El "pontón" cuenta con agua y luz.

Tras la comida y siesta, perfectamente importada por los franceses por cierto, preparamos la ruta de los proximos días, ya fuera de las protegidad aguas del Golfo.

A media tarde, las chicas se pusierón muy elegantes para visitar el puerto más "chic" dentro del golfo. Pero... estamos en Bretaña, y a media tarde, la lluvia que hsta entonces nos habia respetado, apareció y nos aguo el precioso paseo por el bonito pueblo. La verdad es que incluso con este tiempo resultaba bonito, porque no creais que aqui por una lluvia se cambian los planes, no nada de eso. A pasear durante más de una hora bajo una persistente lluvia. Una pueba más de que estos Bretones son de otra pasta. Allí como si nada, los niños en chanclas, los paraguas no se si los conocen, la cosa es que con la máxima naturalidad, la gente seguia de tranquilo paseo, disfrutando de la lluvia.

No podiamos ser menos, además, al menos la temperatura seguia subiendo, asi que las chicas se portaron, se remangaron sus tiros largos, y ni los mil litros que nos cayeron, pudieron con su "glamour". Tras la tremenda chupa, a cenar al barco a hora Francesa, que otra cosa podiamos hacer?.





Resumiendo, una isla bonita y coqueta, pero que no pudimos saborear como nos hubiera gustado.